lunes, 21 de mayo de 2012

Carrasco vintage

La primera vez que salí de la Argentina tenía 20 años. En esos días ir a otro país era para mí algo decididamente excepcional, algo en lo que debí haber pensado una y otra vez varios días antes de la partida. De ese viaje sobrevivieron al paso del tiempo solo dos instantes: el de mi fascinación cuando alguien dijo que el movimiento de la lancha se debía a que estábamos llegando al río Uruguay –me sigue fascinando que sea posible leer la corriente de un río o el color de las aguas del mar– y el de la aparición de la boya con la bandera uruguaya, que mi memoria –que asocia las boyas a las rayas y puntos de los mapas políticos– ubica en el medio del río.
Mi primer viaje en avión también fue al Uruguay. Fue unos meses más tarde y estaba embarazada de Matías. Cómo fue que pasé de Carmelo a Carrasco, de que el dinero solo alcanzara para la lancha a que diera para viajar en avión, es algo que se me quedó en el olvido. O quizá el cambio fuera en atención a mi embarazo, no sé. 
La primera vez que oí hablar de Carrasco yo era bastante más chica, y fue en la tele: Carlitos Páez Rodríguez contaba en un reportaje que cuando llegó al Uruguay después de sus 70 días en los Andes lo primero que hizo fue ir hasta la playa de Carrasco, tirarse en la arena y besarla. Con el tiempo, Juan Pablo II, que no más bajar del avión besaba el suelo del país al que llegaba, hizo que el gesto me sonase de lo más natural, pero en ese momento lo de Carlitos me pareció exótico (pero comprensible, claro).
De todo eso me acordé hoy en la playa de Carrasco, en un segundo, como si se abriera una puerta que había estado mucho tiempo cerrada.
Saqué unas fotos. Van vintage, para estar a tono con los recuerdos.




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